¿Una Europa alemana?
Autor: Tomas Vera Ziccardi
Últimamente se ha abordado de forma extensiva la situación actual por la cual atraviesa la Unión Europea. La denominada "crisis griega" ha acaparado la atención internacional, haciendo que todas las miradas se centraran nuevamente en el viejo continente. Los analistas internacionales han dado respuestas de índole política, económica, geopolítica y financiera. Los debates continúan hasta este preciso momento y no aparentan dar señales de agotamiento. Ello puede deberse a que actualmente Europa atraviesa por una crisis más grave de lo que creemos. No nos encontramos ante otro de los ciclos de crisis de deuda griega, no se trata de otro capítulo de la angustiosa situación a la cual nos ha aconstumbrado la UE desde 2008. En el fondo imperan cuestiones más graves, las cuales posiblemente impliquen la necesidad de debatir por un cambio radical en la unión supranacional más relevante del sistema internacional.
En la imagen se puede apreciar al joven Primer Ministro de la República Helénica Alexis Tsipras en su histórica visita del 8 de julio de 2015 al Parlamento Europeo. A su ingreso, el premier fue ovacionado luego de la rotunda victoria del referéndum del 5 de julio del mismo año llevado a cabo en su nación. Sin embargo, también fue abucheado por miembros conservadores del parlamento. Esto no deja de ser otra de las tantas demostraciones de la división que impera en la Unión Europea. La polarización y las escasas posibilidades de entendimiento mutuo han llevado a una situación donde todo lo realizado por un actor es rechazado por el otro.
Luego del Tratado de Maastricht se aceleró el proceso para la integración monetaria europea. Las naciones acataron fuertes imposiciones para llegar a cumplir los requisitos que se fijaban con vistas a compartir una moneda común para lo que sería Zona Euro. No discutiremos aquí el extenso debate suscitado durante la primera parte de los años 90s. Sí será preciso tener en cuenta que a partir de la entrada en vigor del euro, hacia fines de la década, el proyecto europeo adquirió notorio valor, lo que definitivamente culminó seduciendo a más naciones del continente para realizar un futuro ingreso. Entre ellas se encontraba Grecia, una nación que había experimentado constantes desequilibrios fiscales y monetarios. Incluso podríamos ir más lejos al señalar que la economía griega presentaba fuertes disparidades respecto a la de demás miembros de la unión. La contracara griega era la poderosa y reforzada Alemania de la post-Reunificación. La nación germana se había convertido en la principal economía europea, exportando al resto del mundo sus bienes vinculados a la industria pesada. El euro suplantaba a un marco alemán revalorizado y el nuevo Banco Central Europeo adoptaba directrices bastante similares a las del Bundesbank. Las variables macroeconómicas posicionaban a la RFA por encima de sus socios europeos y la situaba junto a Estados Unidos, Japón, China y Rusia como una de las economías más grandes del mundo. Alemania es una pieza clave del proceso de integrado iniciado desde la posguerra pero es aún más relevante en términos de la integración monetaria, ya que durante la década de los 2000s fue la nación del continente que más creció y con mayor incidencia a través de sus exportaciones en clave regional. En otras palabras: el euro también fue la clave del exponencial crecimiento alemán. Para el sociólogo alemán Ulrich Beck, su nación se encontró frente a una hegemonía económica, comercial, financiera y monetaria que no esperaba. Como si Alemania se hubiera adelantado al resto de los miembros de la zona euro en lo que con el tiempo todos terminaron catalogando de "una Europa a dos velocidades". Claro que el proceso de ascenso alemán tiene sus raíces en la década del 60 y progresivamente cobró mayor relevancia en Europa. Aquí mencionamos brevemente algunas de sus características más importantes. De todas formas, el crecimiento alemán no solo debe ser visualizado como un apogeo estado-nacional. En la era de la globalización, tienen preponderancia otros actores. Esto no fue ajeno a la Europa post-Maastricht. Los inversores alemanes adquirieron grandes cantidades de bonos públicos griegos a un escaso valor (comparados con los de otros mercados), los bancos alemanes también contribuyeron a la liquidez de la cual gozó Grecia desde 2004 en adelante, las multinacionales alemanas obtuvieron cuantiosas ganancias fruto de la exportación de trenes y automóviles al mercado griego (un mercado donde los consumidores tenían euros fáciles en mano y deseaban gastarlos) y los empresarios alemanes accedieron a sectores claves de la economía griega en lo que sería un mercado fuertemente prometedor. El modelo se reprodujo en otras naciones europeas, pero más allá de entrar en detalle lo que se debe comprender de fondo es la importancia del euro. La moneda única beneficio en términos comerciales a los alemanes, entre tantas cosas porque ahora los griegos tenían euros para comprar un Porsche o Mercedes Benz. La economía griega no será explicada en el presente artículo, tan solo nos limitaremos a mencionar que la producción y el comercio exterior no destacaron como en el caso alemán. Regresando a la Alemania potencia económica de la Unión Europea observamos que desde una óptica multidimensional el euro trajo aparejado consigo grandes beneficios.
En la era del predominio económico, donde los centros financieros y el poder de las divisas manejan otras esferas de poder, Alemania se erigía como una de las principales economías del mundo y locomotora de la Unión Europea. El centro de poder político europeo se había trasladado a Berlín mientras que el de poder financiero se posicionaba en Fráncfort del Meno. Incluso luego de la crisis financiera internacional de 2008, el modelo continuaba sentándole bastante bien a los alemanes. Su hegemonía era indiscutible y a pesar que aún nos produzca cierto escalofrío, Europa se había tornado alemana. La ortodoxia de los tecnócratas del Bundesbank reinaba desde Lisboa hasta Varsovia. Las empresas alemanes acaparaban acaudaladas ganancias. Los inversores alemanes festejaban los flujos constantes de dividendos y servicios de deuda provenientes de naciones tales como Italia y Portugal. El euro continuaba gravitando bajo la órbita de Merkel. Esta Europa alemana ha sido una Europa económica. Hemos acudido a una Unión Europea donde los alemanes ganaron en términos reales durante más de una década. Su éxito no solo se debió al modelo de trabajo, esfuerzo, solvencia fiscal y responsabilidad crediticia de la cual ellos hablan, también fue a costa de otras naciones que desde un comienzo tenían etiquetada su fecha de caducidad. El modelo no duraría para siempre en el caso de irlandeses, griegos y españoles. Las débiles estructuras económicas internas habían quedado fuertemente debilitadas por la crisis financiera y el despilfarro de años previos comenzaba a tener sus consecuencias. Es de público conocimiento la situación por la cual atravesaron las economías del sur de Europa en años recientes, aquí no realizaremos un análisis de ellas.
Alemania es la potencia económica de la Unión Europea. La actual estructura de poder supranacional cuenta con fuerte incidencia del modelo alemán. El centro de poder financiero de Europa continental se localiza en dicha nación, más precisamente en Fráncfort del Meno.
En la imagen se puede alcanzar a divisar la vista panorámica del distrito financiero de Fráncfort del Meno. Sobre la margen izquierda se encuentra en edificio central del Banco Central Europeo.
Debemos distinguir los mecanismos del poder hegemónico alemán. En primer lugar su influencia directa sobre el BCE. Para Alemania es preciso continuar manteniendo la actual paridad monetaria a fin de impedir sobrepasar los límites inflacionarios y obtener ganancias comerciales. Alemania es tan importante para el euro como este para ella. En segundo lugar el control sobre las deudas de las naciones. Los inversores, bancos y el estado alemán acaparan gran parte de la deuda de las naciones que actualmente están atravesando problemas. El preciso que los flujos por el pago de servicios de deuda continúen para beneficio de los primeros. En segundo lugar la implementación de medidas de austeridad que a mediano plazo terminan generando mayor dependencia de la contracción de deuda. Los intereses agobian a unos y benefician a otros en esta Europa dividida. Por otro lado, Alemania es quien tiene las mayores reservas de euros. Eso le otorga algo que lo que ya hemos hablado en otras oportunidades: el micrófono de Europa, o como muchos lo llaman actualmente, el látigo europeo. Berlín es quien decide aprobar la extensión de préstamos y también quien los pone de su bolsillo. La fuerte influencia alemana en las instituciones tales como el BCE, la CE, el Eurogrupo y el Parlamento es notoria. Los intereses de Alemania están primando por sobre los de otras naciones. La política de la chequera aumenta aún más las disparidades entre ambos polos pero por sobre todo la dependencia. Quien necesita pronto necesitará más. Las políticas de austeridad, reducción del gasto público, reforma fiscal y recortes generalizados también son pregonados con el interés de mantener el sistema que beneficia de forma directa a la hegemonía alemana.
La actual Unión Europea se encuentra ante una encrucijada. El modelo que ha mantenido durante tantos años la hegemonía alemana ha comenzado a dar indicios de agotamiento. Las políticas que tienden a ser presentadas como medicinas son vistas por quienes las deben tomar como veneno, por ende el paciente las rechaza y busca la salida más rápida a la agobiante situación. Esto presenta dos cuestiones relevantes: por un lado la posibilidad de un cambio en el poder intraeuropeo (no la factibilidad) y por el otro la exacerbación de la división imperante que amenaza con ampliar la grieta. Los griegos han dicho basta, mientras que los alemanes aparentan querer seguir por este camino ¿Puede haber entendimiento frente a dos escenarios tan divergentes? Lo que es más, ¿puede encontrarse un punto de salida mutuo ante dos realidades opuestas? La vida del griego promedio dista bastante de la del alemán promedio. Difícilmente este último experimente la situación del ciudadano heleno: el sistema no admite contagio a la zona céntrica del euro porque ello implicaría el colapso inmediato. La Europa a dos velocidades está presente, nadie puede negarla pero lo que es más llamativo: vivimos en una Europa de dos realidades contrapuestas. A esto es lo que hemos llegado, un juego de suma cero. Veneno o remedio. Forzar la maquina o romperla. Obligar al otro a seguir moviendo sus piezas cuando ya las ha perdido todas o patear el tablero. Recordemos que los dos polos se distancian aún más al carecer de comprensión respecto a la postura del otro. Finalmente, parece que la premonición de quienes auguraban que la unión terminaría llevando a un callejón sin salida comienza a hacerse realidad. Los euroescépticos están a la ofensiva otra vez. Ante la debilidad y la profunda crisis estructural, los movimiento antieuropeístas vuelven a entrar en escena.
"La valiente decisión del pueblo griego no supone una ruptura con Europa, sino volver a los verdaderos valores fundadores de Europa"
Alexis Tsipras, 2015.
Las elocuentes palabras del Primer Ministro griego Alexis Tsipras ante el Parlamento Europeo convalidan lo que políticos, académicos, referentes sociales, sindicatos e intelectuales vienen reclamando desde hace tiempo: reformular la Unión Europea para volver a las bases de la verdadera Europa. Es preciso volver a una Europa que ponga mayor énfasis en lo social que en lo económico.
Podríamos preguntarnos si esta Europa alemana llegará a su fin o si eventualmente introducirá cambios regulares. La realidad ha demostrado que la actual Unión Europea tiene un claro funcionamiento "a la alemana". La pregunta entonces sería si las pautas de comportamiento que se han impuesto como hegemónicas podrían llegar a cambiar en un futuro cercano. Por otro lado, de suceder esto ¿llevaría a un cambio sistémico puertas adentro de la unión? La cuna de la democracia ha dicho "punto final, hasta aquí hemos llegado con este modelo". Ahora es preciso esperar para ver la respuesta que el sistema le dará a Grecia por desafiar las normas. Sin lugar a dudas esto nos retrotrae a la lógica de poder que desarrolla Ulrich Beck. Quién manda y bajo qué parámetros ejerce su hegemonía. Los intereses son elevados por parte de todos los actores. Nadie quiere perder, lo que termina aumentando el círculo vicioso de polarización, suma cero, dicotomía y no cooperación. Las riendas económicas y financieras están en manos de Alemania y difícilmente algún otro actor pueda desafiar dicha hegemonía dadas sus capacidades. Lo que pocos han advertido es que el problema ha comenzado en el seno de la matríz económica. El sistema ha sido herido en un punto crítico y ello ha llevado a que necesariamente se replanteen ciertas cuestiones. Ha llegado la hora. A lo mejor no de un cambio pero sí de un profundo debate. Un debate respecto a qué Europa queremos. Si queremos continuar con el apogeo de los bancos y el centralismo financiero o si somos capaces de estar a la altura de la historia para transformar finalmente la UE e impulsar una Europa de los pueblos. Las necesidades han cambiado, es preciso un nuevo enfoque social. Lo hemos estado pregonando desde hace ya bastante tiempo: debemos volver a posicionar al ciudadano en el centro de la escena. Más que una Europa alemana queremos una Europa social. Donde se respeten los derechos de todos los ciudadanos. Donde la Unión Europea abogue por defenderlos y no dejarlos a la deriva. Este es el debate que ha comenzado y precisa ser profundizado. No se trata del futuro de la Europa alemana sino del de la verdadera Europa, la Europa de la gente.
Tomás Vera Ziccardi
* La totalidad del presente trabajo es obra material e intelectual del Señor Tomás Vera Ziccardi. Los derechos del mismo quedan estrictamente reservados a TVZC por expreso pedido del autor
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