JFK: una presidencia inconclusa
Autor: Tomás Vera Ziccardi
El asesinato de John Fitzgerald Kennedy suele presentarse en la memoria de la gente como el hito más relevante vinculado al trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Posiblemente esto se deba a que para millones de estadounidenses la muerte del presidente les afectó más que las de sus propios familiares. Se puede comprender, en parte, si observamos que esto último representó una pérdida del pasado, mientras que el asesinato de Kennedy implicó una incalculable pérdida para el futuro. De todas formas es interesante evaluar el accionar final de JFK en su rol presidencial. Al tratarse de una "presidencia inconclusa" son más los interrogantes respecto a lo que hubiese sucedido en lugar de lo que se estaba esperando hacer. Los últimos meses de JFK en el Despacho Oval tienden a ser dejados de lado por lo cual nuestro interés se centra en evaluar los mismos a través de cuatro ejes: derechos civiles, política espacial, Cuba y Vietnam. En otras oportunidades hemos desarrollado de forma extensiva otros aspectos tanto de su vida personal como de su accionar político. En esta oportunidad introducimos un elemento novedoso: desarrollar los planeamientos y el accionar en cada uno de los mencionados ejes hasta el último momento para tener más clara la evolución posterior de los acontecimientos.
"No country can possibly move ahead, no free society can possibly be sustained, unless it has an educated citizenry whose qualities of mind and heart permit it to take part in the complicated and increasingly sophisticated decisions that pour not only upon the President and upon the Congress, but upon all the citizens who exercise the ultimate power. Quite obviously, there is a higher purpose, and that is the hope that you will turn to the service of the State the scholarship, the education, the qualities which society has helped develop in you; that you will render on the community level, or on the state level, or on the national level, or the international level a contribution to the maintenance of freedom and peace and the security of our country and those associated with it in a most critical time".
Discurso presidencial de John Fitzgerald Kennedy pronunciado en San Diego State College, California, 6 de junio de 1963.
El año 1963 presentó a un Kennedy más seguro de sí mismo. Confiado en que se había preparado toda su vida para ocupar el principal cargo de su nación, sentía que lo más difícil había quedado atrás. Los medios contribuían ampliamente a ello al otorgar una imagen de estadista capaz de manejar las crisis, transmitir calma, serenidad, poseedor de conocimiento y tanto capacidad discursiva como negociadora. A pesar del empeño puesto lo cierto es que esto no había sido del todo así. Cuba y Berlín habían dejado en evidencia la inexperiencia del joven político, que para ser justos llevó a que particularmente en el caso cubano, Kennedy saliera con más dudas que certezas. Posiblemente sea en la órbita internacional donde el presidente obtuvo mayor respeto, principalmente de sus colegas europeos. Allí se destacaban los más experimentados tales como Macmillan y de Gaulle. Para ellos JFK había dejado de ser un joven mandatario para transformarse en un presidente consagrado. En el plano interno el presidente estaba obteniendo mayor respuesta por parte de los miembros de su partido, quienes no dudaban en que encabezaría la carrera por la reelección. Allí es donde entraba en juego el vicepresidente: Lyndon Johnson. Jefe político del complicado senado y encargado de las negociaciones con los parlamentarios republicanos, Johnson era una pieza vital debido a la fuerte influencia ejercida sobre los gobernadores sureños (elemento conflictivo si se piensa en materia de derechos civiles). Cerrando esta breve introducción nos centramos en un elemento que fuera mencionado al pasar: la reelección. El año en cuestión era uno de construcción política para encarar un segundo mandato. El entorno presidencial estaba confiado en que Kennedy podía ganar la elección. No es un elemento menor porque gran parte del trabajo realizado durante los próximos once meses buscaría, de alguna u otra forma, obtener rédito para la campaña. La carrera había comenzado, sólo era cuestión de observar la evolución de los acontecimientos.
Respecto a la década previa, en materia de derechos civiles, la sociedad comenzaba a revalorizar la cuestión. A pesar de esto el presidente encontraba impedimentos para promulgar sus proyectos. Los mismos se encontraban estancados en el Congreso donde los parlamentarios conservadores se mostraban reacios a otorgarle concesiones al ejecutivo. Tranquilamente podría señalarse que se trataba de otro caso en el cual la sociedad estaba por delante de sus representantes, empero no solo gran parte de la sociedad continuaba teniendo prejuicios sino que además los congresistas sabían que la denominada "cuestión social" era uno de los ejes vitales de la administración Kennedy. En otras palabras: la oposición sabía que en dicha cuestión contaba con mayor margen de negociación.
Dentro del adverso entramado político, donde JFK encontraba mayores problemas era en el Senado. Una cifra de entre 40 y 50 senadores eran potenciales adherentes, 25 se hallaban en abierta oposición y entre 25 y 35 eran indecisos o bien no se encontraban abiertamente comprometidos. Ante dicho escenario (más en un año de edificación de la campaña para las elecciones presidenciales) el forzar la aprobación de un proyecto equivalía a lanzar la moneda al aire, allí se podría perder un enorme capital político en caso de ser rechazado. Incluso si se lograba una aprobación de escaso margen, las concesiones a realizar por el ejecutivo deberían de ser elevadas y por otro lado no estaba claro cuál podría llegar a ser el efecto social emanado de la aprobación. Los parlamentarios eran cautos debido al escenario futuro de 1964 mientras que el presidente debía buscar sumar apoyo para dicha campaña en lugar de emprenderse en otra contienda. Había mayores incertidumbres que certezas ¿Valía la pena jugarse al todo por los derechos civiles de cara a las próximas elecciones? Más allá del principismo discursivo, los políticos siempre pensaron en términos electorales. Kennedy no sería la excepción.
El 10 de junio de 1963, en el marco del programa New Frontier, John Fitzgerald Kennedy firmó la Equal Pay Act. De esta forma se ponía fin a las disparidades en los salarios de acuerdo a cuestiones de género. En Estados Unidos su firma implicó un fuerte reconocimiento a la lucha gestada desde mediados de la década del 40 en pos de que el estado garantizara mayor igualdad laboral sin distinción de sexo.
El panorama era poco claro. A pesar de esto, se trataba del presidente. Debía adoptar una postura rígida y mostrar decisión. Por otro lado, Kennedy se encontraba frente a la presión de los grupos sociales que desde 1962 habían acentuado su tono beligerante. A su vez, sus principales exponentes tenían alcance nacional y se convirtieron en figuras de peso propio ¿Cómo respondería Jack frente a determinados activistas de la talla de Martin Luther King, James Forman o Roy Wilkins? Unos meses antes había llegado un cable al Despacho Oval con información de una multitudinaria marcha planeada por varios líderes y organizaciones por la igualdad de derechos hacia el Capitolio. Cuando la activista Whitney Moore Young le consultó personalmente al presidente en una reunión en la Casa Blanca, éste respondió: "queremos el éxito en el interior del Congreso, no un espectáculo en el Capitolio". Esto da prueba de lo mencionado en el párrafo anterior: Kennedy estaba más preocupado por el efecto político y sus repercusiones directas en la campaña. Los activistas, por su parte, consideraban que era momento de hacer escuchar sus voces con más fuerza. El momento era ahora y el mensaje debía ser llevado a escala nacional. Por otro lado, el presidente también temía por la conducta de los manifestantes (declaradamente partidarios de su gobierno) ante un revés legislativo. Aquí es donde Kennedy probó ser más astuto. Conocedor del manejo de las cuestiones sensibles en el seno del Capitolio (fruto de su paso por el Senado), el ahora presidente sabía que una manifestación popular de amplias proporciones podía producir efectos adversos en varios senadores, incluso en los menos conservadores. Los mismos verían la manifestación como una intimidación y extorsión. No era oportuno poner a los tomadores de decisiones entre la espada y la pared, así no era como se manejaban los asuntos de estado en Washington D.C. Finalmente se debe tener en cuenta que si bien la convulsión social experimentada durante el año previo en el sur había quedado atrás, para aquel momento la chispa capaz de encender el barril de pólvora llevaba el rótulo de la "cuestión social". En otros términos: ante el clima adverso en el Senado, las potenciales expectativas a generarse por una masiva marcha al Capitolio, con todas las cámaras televisivas presentes y la memoria reciente de los disturbios en el sur de la nación, Kennedy temía por la factibilidad del rechazo de un proyecto de ley en la cámara alta, lo cual sería un duro revés en materia de derechos civiles pero también un traspié para la campaña presidencial. No era momento de cometer errores y el presidente consideró más cauto el manejarse con sigilo y mantener la calma.
Los principales asesores en materia de política interna comenzaban a diagramar el accionar para obtener resultados satisfactorios para la aprobación de una ley en el Congreso. A nivel marco existía desacuerdo en cuanto a las tácticas pero unidad en lo que remitía al objetivo final. Esto fue algo característico de los últimos meses de su gobierno. En este caso particular se aprecia que activistas tales como Philip Randolph ejercían presión para organizar la marcha antes o bien durante el tratamiento del proyecto en el máximo órgano legislativo. Por su parte, el ejecutivo se oponía. Kennedy comprendía la legitimidad del reclamo, los mecanismos de acción popular y la marcha en sí como herramienta de materialización en la lucha social, sin embargo estaba convencido que de poco serviría en el recinto legislativo. Allí, más que presiones y negociaciones colectivas, funcionaban las concesiones y los tan afamados "acuerdos de pasillo". La administración demócrata tenía el pleno convencimiento que si bien la lucha por los derechos civiles era una causa nacional de suma trascendencia, la última palabra la tendría el Congreso, ergo si querían salir victoriosos debían de adaptarse y emplear las tácticas habituales en dicho escenario.
La claridad de Kennedy fue vital para lograr obtener los mejores resultados. No se trataba de una elección entre dos opciones porque claro está que no se podía marginar a las organizaciones civiles. Por otro lado, la historiografía no termina de ponerse de acuerdo respecto a si Kennedy verdaderamente (y desde una óptica personal) estaba a favor de la manifestación. Lo cierto es que finalmente la marcha se llevó a cabo pero se modificó tanto la ruta de la misma como la participación de determinados miembros. Bobby Kennedy fue el encargado de presionar a los sindicatos para que adhieran sin banderas a la movilización. Esto fue hecho con el objetivo de evitar que se cayera en el inconveniente de una marcha ejecutada por sectores políticos determinados. Los Kennedy temían que se tornara un evento sectorial más que una causa nacional. En cuanto a la hoja de ruta se planeó evitar que la marcha culminara en el Congreso. Se realizó frente al Monumento a Lincoln (Lincoln Memorial), donde Luther King pronunciaría su tan afamado discurso. De esta forma se evitó que la movilización fuera vista como un mecanismo de presión frente a los senadores. En los días previos la prensa se había ocupado de señalar que el presidente movilizaba a sectores sociales para torcer la voluntad de los representantes del pueblo, algo que claramente le restaba tanto a Kennedy y las organizaciones sociales como a la causa en sí. Lo importante fue que la marcha terminaría siendo un rotundo éxito. La misma logró movilizar a más de 250.000 personas, las cuales acudieron sin banderas al unisono de mayores derechos civiles para las minorías. El temor de los días previos frente a posibles actos de violencia se disipó por completo cuando en las largas filas que marchaban por la capital de la nación se divisaba a niños y ancianos entre la multitud. El mensaje enviado fue de integración y en ningún momento se cayó en el sesgo de defender los intereses de un solo sector o grupo. Ello puede apreciarse en las históricas palabras de MLK: "tengo el sueño de que un día los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos esclavistas puedan sentarse juntos a la mesa de la hermandad". La movilización sería recordada como un punto de inflexión en la lucha por los derechos civiles. Su impacto fue a escala nacional y a diferencia de otros eventos logró trascender la frontera coyuntural.
Robert Francis Kennedy, hermano menor del presidente y por aquel entonces US Attorney General, se ocupó de ultimar los detalles de la marcha a Washington. Sirvió de enlace entre la Casa Blanca y los movimientos sociales que reclamaban mayores derechos. En la imagen se lo puede apreciar junto al presidente.
La temática de los derechos civiles representó un eje fundamental de la acción de gobierno de la administración Kennedy. El hecho que el trágico noviembre del 63 se haya interpuesto generó un infinidad de planteos respecto al accionar del propio presidente y a qué pudiese haber sido de la batalla legislativa si JFK no hubiese sido asesinado ¿Qué beneficios inmediatos hubiese arrojado la aprobación del proyecto de cara a las elecciones del 64? ¿Hubiese ayudado o perjudicado para su reelección el desenlace final en el Congreso? Al igual que con la gran mayoría de los ejes de su presidencia, hay media biblioteca de un lado y media del otro. Para varios, Kennedy podría haber adoptado un mayor compromiso al respecto. Visualizando las dificultades coyunturales y el hecho que el presidente se desempeñara en varios frentes, su postura es parcialmente comprensible. Se debe tener en cuenta que Kennedy no era un simple partidario más de uno u otro bando, esto dificultaba que inclinara la balanza hacia cualquiera de los dos extremos. Se trataba del presidente de la nación. Tanto los grupos reivindicadores de los derechos civiles (favorecedores de mayor igualdad racial) como los legisladores demócratas del sur (opositores a mayores márgenes de igualdad racial) carecieron de la visión necesaria para comprender esto, en parte debido a las dicotomías imperantes, donde la lógica de suma cero era la norma por excelencia. No consideramos oportuno señalar que se trató de un presidente carente de compromiso social. Sería más acertado vislumbrar que JFK accionó hasta donde se lo permitían los propios límites de la institución presidencial; de la vereda de enfrente (o dicho de otra forma, el ala izquierda de la biblioteca) tiende a posicionarse la "cuestión social" como uno de los grandes logros de la administración Kennedy. Podríamos estar más cerca de lo correcto, sin embargo siempre surge el planteo de la necesidad de mayor rédito político para JFK (de haber continuado con vida y ser reelecto para un segundo mandato) en lugar de LBJ. Por más inmoral que parezca, no deja de ser parte del mecanismo de cálculos políticos (en términos de rédito) que caracterizó a los Estados Unidos de las décadas del 60 y 70. A modo de conclusión parcial: el saldo final para la administración Kennedy en materia de derechos civiles fue positivo, de todas formas deberíamos preguntarnos si el mencionado saldo pudiese haber sido por más.
En consonancia con lo mencionado al inicio del trabajo, uno de los ejes de su gobierno fue el programa espacial. Transitando un período de relevante desarrollo tecnológico y competencia en el marco de la Guerra Fría, Kennedy se comprometió a profundizar las misiones espaciales. Uno de los momentos más destacados tomó lugar en 1962, cuando incrementó el gasto para el programa Apollo, luego de los triunfos soviéticos en materia aeroespacial. Para un sector del revisionismo histórico estadounidense, Kennedy marcó un punto de quiebre en la política espacial nacional ya desde 1961. El 25 de mayo del mencionado año pronunció su famoso discurso frente al Congreso donde propuso poner a un hombre en la luna para fines de la década. Si bien es cierto que la confrontación con la URSS también estaba presente en este campo, dos meses antes de su muerte (1963) el presidente pronunció un discurso ante las Naciones Unidas donde llamaba a efectuar una misión conjunta con la nación soviética para un posible alunizaje. En An Unfinised Life: John F. Kennedy 1917-1963, Robert Dallek señala que existía el temor en el entorno del presidente a que los soviéticos lograran llegar a la luna antes que los estadounidenses, haciendo trizas su proyecto de lograrlo hacia fines de los 60s. De allí la propuesta conjunta ante las Naciones Unidas. La historia desecharía la mencionada teoría dados los acontecimientos de 1969. Existe mayor consenso en torno a un acercamiento entre ambas potencias teniendo en cuenta que para el año en cuestión habían aumentado las sospechas de clivajes en torno a la actividad espacial. Por otro lado, la cuestión espacial comenzaba a ser cada vez más relevante en el plenario internacional de naciones. Tengamos en cuenta que cuatro años más tarde (administración Johnson) se daría lugar al Tratado del Espacio Exterior (1967) en el marco de las Naciones Unidas.
Uno de los principales ejes del gobierno de Kennedy fue el programa espacial. El presidente tenía la convicción que Estados Unidos debía trabajar para colocar a un hombre en la luna hacia fines de la década. Esto finalmente se lograría en el año 1969 durante la administración Nixon.
Es relevante señalar que fiel al estilo estadounidense, el anuncio de JFK en 1961 respecto al proyecto para llegar a la luna hacia fines de la década fue interpretado a nivel internacional como una táctica de "subir la apuesta" frente al éxito soviético con el satélite Sputnik (1957). El presidente no quería quedar por detrás de la Unión Soviética en la carrera espacial. A pesar de esto último, en 1961 la URSS obtuvo un notorio logro al orbitar por primera vez a un hombre, el astronauta Yuri Gagarin. Kennedy se esforzó por incrementar el presupuesto del programa espacial en unos US$ 9 billones. La mencionada tarea contaba con sus condicionantes y limitaciones, siendo la principal el aval del Congreso, donde el gobierno ya contaba con demasiados problemas a tratar como para agregarle uno nuevo. La oposición republicana señalaba que no era aconsejable aumentar el gasto en dicha área ya que existían otras prioridades. El escepticismo imperante sería opacado en febrero de 1962 cuando John Glenn se conviritó en el primer estadounidense en ser enviado al espacio exterior. Las misiones tripuladas al espacio continuarían de forma progresiva hasta mediados de 1963. Sin embargo Kennedy se mostraba reacio a ceder en el esfuerzo para lograr el alunizaje. Puede ser probable que el presidente creyera que el tan esperado acontecimiento tomaría lugar durante algún lapso de tiempo de su segunda presidencia. Por fuera de las especulaciones lo cierto es que JFK redireccionó fondos nacionales hacia el mencionado programa lunar en detrimento de otros. Esto iba en clara contraposición al proyecto del director de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (más conocida por sus siglas en inglés NASA) James Webb, quien creía que la centralización de fondos en un programa que había mostrado pocos avances en años recientes afectaría el desenvolvimiento de otros que tenían mayor relevancia. Por su parte Kennedy tenía la creencia que su política sería vital dadas las siguientes cuestiones: reputación internacional de su gobierno, efecto social de un posible alunizaje y el triunfo en la carrera espacial con la Unión Soviético. Una vez más señalamos que Kennedy era un político, por ende pensaba en términos electorales (y también personales). A pesar de ello no puede dejarse de lado el hecho que la apuesta de su administración por el programa lunar probaría ser un éxito a largo plazo para la nación. La cuestionada decisión de JFK implicó tenacidad y convicción, más que nada al saber que los Estados Unidos estaban en desventaja y que sería una tarea difícil a largo plazo. Pero tal como señaló el propio Kennedy en su famoso discurso en la Rice University (12 de septiembre de 1962): "elegimos ir a la luna no porque sea fácil sino porque es difícil".
De forma similar a lo acontecido con la denominada "cuestión social", los logros en política espacial (donde se incluye al programa lunar) se verían reflejados en futuras administraciones. Muestra cabal de la visión largoplacista de Kennedy. En palabras de Dallek: "Kennedy ayudó a abrir una nueva frontera". Esa frontera sería la que permitiría el primer alunizaje en el año 1969. A partir de ese momento los Estados Unidos mantuvieron su programa espacial como una férrea política de estado. El Proyecto Gemini, iniciado durante la administración Kennedy, sirvió de antesala al Programa Apollo, directriz general que permitiría que el 20 de julio de 1969 la misión Apollo 11 posicionara al primer hombre en la luna. De esta forma el sueño de Kennedy se cumplía cerca de seis años luego de su muerte y en el período de tiempo que el propio presidente había estimado, antes de que culminara la década. Los beneficios de la política nacional los verían desde Nixon hasta Clinton, sin embargo fue Kennedy quien produjo el giro copernicano en el proyecto iniciado con la administración Eisenhower. Reconocido por los posteriores gobiernos, Estados Unidos precisó de un líder con el coraje necesario, en un momento de fuerte tensión y competencia internacional, para emprender semejante campaña. Un líder que tranquilamente podría ser enmarcado dentro del prototipo de Profiles in Courage.
Su compromiso con la política espacial le valió a Kennedy del reconocimiento necesario como uno de los principales mandatarios en contribuir al progreso de su nación en dicha área.
En la imagen se puede apreciar el Centro Espacial John F. Kennedy, localizado en la Florida.
Luego del revés de Cuba, que pasaría a convertirse en uno de los grandes desaciertos de su gobierno, en enero de 1963 Kennedy creó el Comité de Coordinación Interdepartamental sobre asuntos cubanos. La denominada "Operación Mangosta" no estaba arrojando los resultados esperados y el presidente quería sentir cierto tipo de avance en lo que a Cuba respecta. Gran parte de los errores cometidos por su administración en la mencionada cuestión responde a la inexperiencia y falta de conocimiento específico respecto a la evolución de los acontecimientos en la nación caribeña. También se debe entender Cuba y la política del gobierno de Kennedy por las presiones internas fruto de los intereses del Departamento de Estado y el Pentágono. Por otra parte, el National Security Council (NSC), los exiliados cubanos en la Florida y las corporaciones estadounidenses perjudicadas por el cambio de régimen en la isla eran actores claves que tenían su cuota de injerencia en los asuntos comandados por el ejecutivo. A ello debemos sumarle el marco de la Guerra Fría. Luego de la Crisis de los Misiles (1962) los burócratas del Departamento de Estado estaban convencidos que Cuba había ingresado dentro de la esfera de influencia de la URSS. Los intentos por revertir la situación política o aislar a la nación latinoamericana se vieron frustrados con el paso del tiempo. Cuba era una nación independiente que escapaba de la jaula de hierro que Washington deseaba imponerle de forma unilateral. En mayo del mencionado año, para corroborar los temores de los funcionarios estadounidenses, Fidel Castro realizó una visita a Moscú donde recibió pleno apoyo por parte de Jrushchov frente a lo que denominaron el "sometimiento imperialista". Kennedy comprendería que los errores cometidos desde Bahía de Cochinos (1961) en adelante habían posicionado a la URSS como el principal aliado y defensor de Cuba. A diferencia de otros puntos de conflicto bilateral entre las dos grandes potencias, Moscú se mostraba poco predispuesta a negociar en la cuestión cubana, no solo por su posición estratégica en el conflicto global sino también porque representaba un valuarte de la lucha antiimperialista en el denominado "Tercer Mundo" que podía ser presentado como camino de acción a otros aliados y movimientos de liberación nacional en África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático.
Con el paso de los meses quedó expuesta la escisión entre la administración de turno y las instituciones permanentes. El Pentágono se mostraba menos interesado en negociar con la URSS y Cuba, mientras que Kennedy comenzaba a tomar en serio la posibilidad de entablar una reunión secreta con Castro. De todas formas, el presidente se vería limitado por los demás actores internos que tomaban parte en el complejo entramado de poder en lo que remite a las relaciones cubano-estadounidenses. Además de tener en cuenta la confrontación interna que generaría, Kennedy creía que efectuar un acercamiento de forma pública le acarrearía costos excesivos. Recordemos, en el marco de un proceso para la campaña electoral del año entrante. Esto podía transformarse en un arma de doble filo. Los republicanos utilizarían la imagen de una reunión Kennedy-Castro como una clara prueba de las contradicciones y desaciertos del presidente. Por otro lado, esto tampoco sumaba para destrabar el conflicto, en parte porque el ejecutivo sabía que las peticiones de Cuba, dentro de las cuales se encontraban el cese inmediato de misiones encubiertas de la CIA, los vuelos secretos supervisados por el Pentágono, las sanciones económicas y el aislamiento regional, aumentarían el descontento de las instituciones tradicionales estadounidenses. Visto de otra forma, Kennedy se enfrentaba una vez más ante el laberinto cubano. Limitado por los intereses de los grupos de poder nacionales y la imposibilidad de mejorar la relación con La Habana luego de la Crisis de los Misiles, pronto Cuba se tornó en un malestar grave para el gobierno de turno. El propio presidente tenía en cuenta la posibilidad de congelar, por hablar en términos poco académicos, el asunto cubano hasta pasadas las elecciones. Lo cierto es que en ese ínterin Castro profundizaría el vínculo con Moscú, el Pentágono redoblaría las presiones sobre la Casa Blanca y a nivel internacional la situación en Cuba cobraría mayor visibilidad; nadie sabe qué futuro hubieran tenido las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba luego del 22 de noviembre y especialmente a partir de 1964, luego de una factible reelección presidencial ¿Habría Kennedy aplicado una política diferente de haber ganado las elecciones? ¿Hubiese buscado congelar el asunto hasta entrado el año 1964? ¿Cómo hubiese encarado el presidente la relación en los futuros cuatro años? Desde fines de 1963 se habló de la construcción de canales de entendimiento mutuo, lo cierto es que si tomamos en cuenta el accionar de la administración Kennedy con respecto a la Cuba pos-1959 los sucesivos eventos acontecidos dan prueba de la gesta de una imagen que expone a Cuba como una de las grandes derrotas de su gobierno.
En lo que a Cuba respecta, Kennedy se vio fuertemente limitado por los intereses del Pentágono. Sus permanentes reuniones con el National Security Council le otorgaban la idea que los militares siempre estaban un paso por delante de él y que tan sólo le consultaban para que tomara una decisión final (en la mayoría de los casos ya prediseñada).
A diferencia de lo que acontecía con Cuba, donde Kennedy y los grupos de poder internos estaban en sintonía era en Vietnam. Los unía el mismo obstáculo: Ngo Dinh Diem. El líder sudvietnamita era contraproducente tanto para la política regional de Kennedy como para los intereses estratégicos del Pentágono y la CIA. En otras palabras, era un estorbo. El malestar generado en Washington durante comienzos de 1963 se debía a su falta de cumplimiento respecto a las reformas internas próximas a introducir que le había prometido a la Casa Blanca. Por otro lado, los informes de la CIA en Saigón remitidos a los altos mandos de Estados Unidos no eran para nada alentadores: el dinero enviado para inversión en infraestructura, apoyo financiero al gobierno y soporte bélico estaba siendo desviado a los bolsillos de Diem y algunos de los principales asesores presidenciales (y sus familias). Esto comenzó a molestar cada vez más al presidente, quien se topaba con las contradicciones que el gobierno vietnamita le otorgaba respecto a fondos y avances estructurales. En cuanto a las directrices del complejo militar-industrial se observa que el programa de apoyo a las aldeas locales no arrojaba significativos avances en la lucha contra el vietcong. A todo este marco general se le deben agregar tres elementos relevantes: la elevada corrupción en el gobierno de Diem, el malestar social contra el propio gobierno y los intereses de Kennedy. Respecto al primero no hay demasiado más por aclarar. En cuanto al malestar social, los métodos aplicados por Diem, su policía pretoriana y los militares eran vistos como prácticas crueles en la población. Las torturas, los fusilamientos sin causa previa y las desapariciones forzadas eran ejecutadas en nombre de la lucha antisubersiva contra el vietcong y sus posibles infiltrados. Finalmente, JFK tenía otras preocupaciones inmediatas. En el plano nacional estaba estructurando la cuestión de los derechos civiles (la cual ya de por sí demandaba una importante cantidad de su tiempo). Por otro lado, la política tributaria buscaba repuntar la economía y matizar el malestar social fruto de la situación durante el año previo. En aras de lo mencionado se comprende que para Kennedy, Vietnam no era una prioridad inmediata en el marco del proceso de la elección presidencial de 1964. Recién se tendría una pespectiva más clara luego de las mencionadas elecciones.
Contrario a la creencia general, mientras el presidente evadía momentáneamente el tema Vietnam, aumentaba el accionar de las tropas estadounidenses allí apostadas. Las operaciones encubiertas y la persecución a los infiltrados norvietnamitas no habían cesanteado. El problema yacía en que la prensa estadounidense acreditada en la nación del Sudeste Asiático estaba realizando una notoria labor. Detallaba prácticamente a diario el accionar conjunto de las tropas de Estados Unidos y Vietnam del Sur, tenía acceso a información clasificada y emitía duras críticas tanto al gobierno de Diem como al del propio Kennedy. Pronto las visiones críticas de la prensa comenzaron a surtir efecto en Estados Unidos, donde la población cuestionaba y demandaba mayores explicaciones por parte del gobierno demócrata. La respuesta de la administración fue demorada debido a la estrategia que se gestaba por detrás. Los principales asesores del presidentes consideraban que el accionar de la prensa podía perjudicar las expectativas para la campaña electoral, sin embargo creían que podían tener a un aliado más en la lucha por deslegitimar a Diem. En las ruedas de prensa efectuadas en la embajada estadounidense en Saigón se abogó por centrar las críticas y preguntas en torno al gobierno de este último. Difícilmente se pudiese acallar a la prensa estadounidense, por lo cual el gobierno buscó redireccionar sus críticas a fin de que erosionaran la credibilidad de la administración Diem. La misma jugaría un papel trascendental durante toda la guerra, al punto que afectó, de una forma u otra, a todas las administraciones estadounidenses mientras perduró el conflicto. En cuanto a los efectos internos, perjudicó al gobierno de Diem y minó su imagen internacional, principalmente en los Estados Unidos, donde comenzó a mirarse al presidente vietnamita como un tirano habituado a las prácticas represivas. A pesar de ello, el derrocamiento de Diem no vendría de la prensa acreditada en Vietnam, sino de los estratos de poder superiores localizados en Washington D.C.
El plan para remover a Diem del poder fue estructurado por la inteligencia estadounidense y aprobado (como no podía ser de otra forma) por el presidente. A pesar de haber dado el visto bueno, Kennedy pedía discreción. Las heridas de Bahía de Cochinos todavía no cicatrizaban y el presidente temía la gesta de otro error del cual no se pudiese regresar (tal como en Cuba). Los costos de un golpe fallido podrían terminar dinamitando su accionar internacional. Regresando a lo que mencionamos con anterioridad, Kennedy no podía permitir otro Bahía de Cochinos. Para el embajador de los Estados Unidos en Vietnam del Sur, Henry Cabot Lodge Jr. "el golpe debía ser un asunto vietnamita con impulso propio". Continuaba el embajador: "Si esto ocurre, es posible que usted [en referencia a Kennedy] no pueda controlarlo. Es decir, la señal que indique 'luz verde' debe partir de los generales [fuerzas armadas sudvietnamitas]"; durante los meses de septiembre y octubre el plan del golpe continuó ocupando gran parte del tiempo de los asesores presidenciales dedicados a Vietnam. El problema, para aquellos meses, se encontraba en la poca predisposición de los militares locales. Robert McNamara era uno de los principales sostenes de la estrategia. El Secretario de Defensa creía que no debía descartarse bajo ninguna circunstancia ni el derrocamiento de Diem ni el asesinato de Nhu. El resto de los asesores dudaban del momento elegido. El próximo asesinato o derrocamiento se efectuaría hacia fin de año, por lo cual podría impactar negativamente en los Estados Unidos, afectando la campaña para la reelección del presidente. Mientras defensa, inteligencia y la Casa Blanca demoraban en diagramar los últimos detalles de la operación, la situación general en Vietnam del Sur continuaba empeorando. Las medidas autoritarias de Diem se exacerbaban y la represión en las calles se había tornado una constante. En cuanto a las manifestaciones populares que comenzaban a cercar a Diem en el palacio de gobierno, la represión oficial le terminaría de dar el convencimiento necesario tanto a los jefes militares como al propio presidente respecto a la necesidad inmediata de un cambio rotundo de gobierno en Vietnam del Sur. Cerrando la idea, para la administración Kennedy se hizo cada vez más evidente que el régimen de Diem no podía continuar. No cumplía con los intereses de Estados Unidos para con Vietnam. Diem no comprendió que era un simple peón en el tablero de juego de las grandes potencias. Por parte de los Estados Unidos: la prensa, los militares, los servicios de inteligencia, la opinión pública y el propio presidente le daban la espalda. Diem no logró advertir que era tiempo de un cambio antes de dar el paso hacia delante que le impediría volver. Él seguía luchando su propia guerra interna. Perdió el objetivo de acabar con la infiltración norvietnamita y dar los mínimos signos de avance en cuanto a la guerra. Con el paso del tiempo se tornó en una molestia para una de las grandes potencias de la bipolaridad. En lugar de invertir para el progreso y desarrollo de su nación, redireccionó fondos de inversión hacia sus bolsillos. Posiblemente la gota que derramó el vaso en Washington (junto a la insostenible situación social interna). En otras palabras: Diem retrasaba la estrategia estadounidenses en el Sudeste Asiático, pero por sobre todas las cosas afectaba sus intereses. Todos sabemos cómo se pagaba semejante error durante la Guerra Fría.
Robert McNamara, Secretario de Defensa, fue uno de tantos funcionarios de alto rango que estaban a favor de remover a Ngo Dinh Diem del poder. El mandatario sudvietnamita se había convertido en una molestia para los intereses estadounidenses en la región.
En la imagen se puede apreciar a McNamara conversando con Kennedy en la Casa Blanca.
El 1 de noviembre de 1963 se llevó a cabo el golpe de estado. En menos de veinticuatro horas Diem ofreció su renuncia a los militares si le garantizaban un salvoconducto para salir de Vietnam. Hasta aquel momento el ahora depuesto presidente no se imaginaba que todo el aparato militar, diplomático y de inteligencia estadounidense estaba enfocado en el triunfo de su derrocamiento. Una de las pruebas más fehacientes de ello fue que los propios militares norvietnamitas a cargo del golpe intentaron enviarlo a Diem al exilio a través de la frontera con Camboya, pero la CIA se los impidió al obstruir la salida de Diem del país. En verdad la idea de los estadounidenses era buscar otro camino que de alguna forma u otra imposibilitara que Ngo Dinh Diem siguiere con vida ¿Por qué motivo? Bueno, estaba claro que si lo iban a remover era para siempre, por lo cual no podían darse el lujo de dejarlo con vida para que luego regresara a la nación en busca del lugar del cual fue removido. A la mañana siguiente Diem fue asesinado. El último mes de Kennedy en el poder arrancaba con la muerte del mandatario vietnamita. El debate generado desde aquellos días de noviembre continúa hasta los nuestros. Constituye parte del eterno debate respecto a si el asesinato de Diem benefició o perjudicó la estrategia estadounidense en Vietnam. Hay quienes sugieren que Washington se benefició con la muerte de Diem. Ahorró problemas estructurales, pero principalmente de tiempo (algo tan vital para la guerra cada vez más próxima). A partir de aquel momento despejó todos los impedimentos para dar inicio a la contienda en los términos que ellos querían. Solo quedaría un obstáculo, el propio Kennedy. En cuanto a los detractores, se señala que la entrada en el pantano comenzó cuando asesinaron al dictador asiático. Junto con su caída se desmoronó todo el sistema. Vietnam del Sur entraría en un estado de anarquía total. La guerra interna entre los denominados "caciques" militares entregó la nación a los intereses foráneos. Implicó un punto de no regreso para el pueblo sudvietnamita. Cada una de las posturas tiene su cuota de veracidad. En verdad el gran beneficiario fue Estados Unidos. Los perjudicados fueron los vietnamitas. Si la nación verdaderamente quería cambiar precisaba ejecutar una renovación de ciento ochenta grados. Tendrían que haber eliminado la elevada corrupción en todas las esferas del poder, reestructurar la economía, diseñar una estrategia a largo plazo para mitigar la infiltración del vietcong y contener la situación social. En verdad sería en 1964 cuando se establece el punto de no regreso. Hasta 1975 los sudvietnamitas vivieron una constante agonía esperando el día en que sus vecinos del norte los derrotaran. Todo estuvo mal planificado desde el comienzo (si es que existió planificación alguna). Vietnam del Sur fue la crónica de una caída anunciada, una nación que fruto de sus pujas internas quedó subsumida a los intereses y caprichos de las grandes potencias. La muerte de Diem fue tan solo otro evento de la trágica realidad que le tocaría vivir a la mencionada nación durante las décadas del 60 y 70.
Deberíamos preguntarnos ¿cuál hubiera sido la política de Kennedy hacia Vietnam de haber accedido a un segundo mandato? Es indudable que Vietnam fue uno de los grandes ejes de su gobierno y a pesar de la veracidad de la postura que señala que fue un problema heredado, por acción u omisión Kennedy contribuyó a expandir el conflicto y la participación estadounidense en el mismo. Los defensores de su gobierno sostienen que el presidente estaba decidido a ejecutar una salida de Vietnam a partir de 1965. Del otro lado hay quienes señalan, tal como Henry Kissinger, que fue con Kennedy que Estados Unidos cruzó el límite para adentrarse en un conflicto del cual no saldría hasta una década más tarde. Dejando de lado las apreciaciones particulares, los últimos meses de su gobierno demuestran que no se planeó salida alguna en el corto plazo, en parte porque la administración tenía otros intereses inmediatos. El 21 de noviembre, día en que partió hacia Texas, Kennedy le solicitó a Michael Forrestal (asesor de seguridad nacional del presidente) que organizara un plan para 1964 que tuviera como objetivo principal evaluar en profundidad todas las opciones que Estados Unidos tenía en Vietnam, incluyendo una salida. Lo cierto es que esta última era una de las opciones y no como se tiende a confudir, el objetivo del programa. El presidente quería tener en cuenta todas las opciones. Los registros oficiales no dan cuenta de una decisión final adoptada respecto al curso a seguir. Esto puede deberse, en parte, a los cambios radicales experientados en el Vietnam de fines de 1963 y las vicisitudes dentro del propio gobierno estadounidense en cuanto al futuro. Respecto a la factibilidad de una salida, los documentos oficiales de la Casa Blanca no han corroborado que Kennedy tuviese adoptada una decisión definitiva. De igual forma, su solicitud a Forrestal, figura influyente en el plan para la caída de Diem y uno de los pocos asesores del NSC en el cual JFK confiaba, nos deja la impresión que no buscaba tomar medidas apresuradas y que deseaba evaluar en detalle todos los factibles escenarios para dar respuesta a un conflicto que cada vez influía más en la agenda nacional estadounidense.
Ted Sorensen, asesor especial de la presidencia, estaba convencido que JFK ganaría la reelección presidencial en el año 1964. Sus principales temores giraban en torno a los efectos colaterales fruto del accionar en Vietnam.
En la imagen se lo puede apreciar al mencionado asesor junto al presidente en el Despacho Oval.
En noviembre el presidente inició su carrera formal hacia la reelección. Comenzó con una gira por el oeste, donde precisaba mejorar su performance electoral (los resultados de la elección de 1960 no habían sido positivos). Recordemos que el oeste era territorio de Barry Goldwater, uno de candidatos más fuertes para ser nominado en la interna republicana. A esto hay que sumarle la necesidad de llevar a cabo una buena campaña en el sur, donde el presidente había visto decaída su imagen fruto de la cuestión de los derechos civiles. Kennedy creía que debía ser él mismo, no Bobby ni LBJ, quien se dirigiera al sur para recuperar votos vitales con miras a la elección del año próximo. El interés de Kennedy por encarar la campaña en el sur, como una cuestión personal, hizo pensar que podría llegar a modificar la fórmula presidencial ¿Quién sería su compañero de fórmula? ¿Johnson nuevamente? Posiblemente haya sido un reflejo paranoico de la propia campaña electoral. Lo cierto es que Kennedy necesitaba los votos del sur (territorio donde Johnson era fuerte) y precisaba, como mencionamos al comienzo, de una figura fuerte para mantener cohesionados a los demócratas en el Congreso, pero principalmente en el Senado (área donde Johnson era implacable). Una nueva figura con vistas a oxigenar su gobierno no parecía lo más redituable, por sobre todas las cosas dada la realidad que Kennedy no tenía asegurada la victoria de antemano. Variar podía implicar perder y a lo largo de todo el año 1963 el presidente se mostró bastante reacio, tal como hemos visto, a ejecutar cambios circunstanciales que pudiesen afectar su reelección.
A medida que avanzaba el mes de noviembre quedó claro que el objetivo era ganar Texas y la Florida. El día 18 visitó Miami, donde puso fuerte énfasis en la relación con América Latina y como era de esperar evadió con cintura política el tema Cuba. No era el momento más indicado para hablar. La respuesta en los sondeos y la imagen otorgada por la prensa, con respecto a la visita de campaña a Miami, fue positiva. El presidente se mostró fuerte en un territorio clave para conseguir la victoria a nivel nacional. Sería en Texas donde el mandatario encontraría mayores contratiempos. Kennedy se posicionaba frente a un electorado moderado pero a la vez crítico respecto a su política de derechos civiles. A diferencia de lo acontecido en la Florida, el gobernador John Connally buscaba su reelección (la conseguiría) y no quería comprometerse demasiado con JFK en dicha área. El gobierno local había evaluado la posibilidad de perder la gobernación frente a un electorado que comenzaba a inclinarse hacia los republicanos dadas las críticas a la política del gobierno nacional en materia social. En otras palabras, Texas era vital para retener la presidencia pero se llegaba en un momento sociopolítico complicado. La apuesta del presidente era grande y esperaba poder repetir lo logrado unos días antes en el sureste. A pesar del optimismo Kennedy se dirigió a una Texas dividida. Gran parte de sus asesores le advirtieron que era mejor pasar por alto el estado en la gira, pero el mandatario se negó. Hasta último momento creyó que evadir Dallas implicaría dar por perdido el estado. Definitivamente no estaba dispuesto a pagar semejante precio, algo que los republicanos tomarían como una señal de debilidad. Por otro lado, no se trataba de un simple precandidato, era el mismísimo presidente, difícilmente pudiese decidir no visitar un estado, más tratándose de uno tan relevante como Texas. A pesar de esto, su intuición le permitía advertir que no sería una parada fácil. El mismo día que ponía pie en suelo texano le dijo a la primera dama: "Hoy nos vamos a meter en un país de locos. Pero, Jackie, si alguien quiere dispararme desde una ventana con un rifle, nadie podrá detenerlo, así que, ¿por qué preocuparse?". A las 13.00 hs, hora local, los médicos del Hospital Memorial de Parkland le comunicaban a la primera dama que el presidente había sido asesinado (paradójicamente luego de un disparo con un rifle desde una ventana, según la historia oficial).
"But Goethe tells us in his greatest poem that Faust lost the liberty of his soul when he said to the passing moment: 'Stay, thou art so fair'. And our liberty, too, is endangered if we pause for the passing moment, if we rest on our achievements, if we resist the pace of progress. For time and the world do not stand still. Change is the law of life. And those who look only to the past or the present are certain to miss the future."
Discurso presidencial de John Fitzgerald Kennedy ante la Assembly Hall, Frankfurt, 25 de junio de 1963.
A lo largo de este trabajo intenté exponer los principales ejes del gobierno de Kennedy hacia su ocaso. Legítimamente fue una presidencia inconclusa. Como hemos visto, en diversas áreas quedó un vació que ha empujado a varios, a lo largo de la historia, a preguntarse qué hubiera sido si el presidente no hubiese sido asesinado el trágico 22 de noviembre de 1963. Temáticas como Cuba y la política espacial perdurarían como focos de atención para las subsiguientes administraciones. Respecto a los derechos civiles, es innegable que el gobierno de Kennedy fue uno de los que más contribuyó, especialmente en un momento de fuerte división social. En otras cuestiones, tales como Vietnam, fueron más los errores que los aciertos. Por su espíritu y vocación, pero también por la visión naive respecto a rumores que siempre lo rodearon, varios creen que JFK tenía una salida diseñada. La realidad empírica terminó mostrando otra cosa. La economía estadounidense durante su mandato supo conocer altos y bajos. Emprendió reformas tributarias y abogó por el desarrollo de las agonizantes economías regionales. La Alianza para el Progreso se disolvió con su asesinato. La esperanza de cambio para toda una región, en cuanto a la relación bilateral (USA-LATAM), no perduraría más allá de su mandato. La política exterior hacia Alemania Occidental puede ser catalogada como un éxito. Donde se encuentra mayor consenso es en que hacia fines de 1963, comienzos de 1964, Kennedy era un líder indiscutible. Había dejado la fase del joven político, para transformarse en un mandatario de primera línea internacional. No tenía nada que envidiarles a Jrushchov, Macmillan o de Gaulle más que sus respectivas experiencias. Kennedy había generado un magnetismo, ese anhelo de optimismo no solo en los Estados Unidos sino también en diversas regiones del mundo. Un mundo que se tornaba cada vez más complejo y que le demandaba gran parte de su tiempo al presidente. Ello lo llevó a cometer tanto errores como aciertos, desde La Habana hasta Saigón. Sería un mandatario que desde su elección a la Casa Blanca en 1960 esperanzó a toda una generación. Kennedy era sinónimo de promesa, anhelo e ilusión. Lamentablemente la sensación de una esperanza excepcional para muchos, se disolvió en un instante. La muerte de Kennedy marcó un antes y un después en la historia contemporánea de los Estados Unidos. Implicó un punto de inflexión para millones de estadounidenses que vieron en él a un líder promisorio. Alguien que por los vaivenes del poder terminaría siendo asesinado. Hay algo que ondea eternamente en el firmamento y es que nadie en Estados Unidos iba a olvidar a Kennedy. La preocupación era de qué modo se lo iba a recordar. A los historiadores siempre les ha surgido la incógnita de por qué Kennedy representa una figura tan elevada para la opinión pública estadounidense. A pesar de no haber cumplido ni siquiera un mandato, para gran parte de la ciudadanía (muchos de los cuales no fueron sus contemporáneos) está a la par de figuras históricas como George Washington, Thomas Jefferson, James Madison, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt. Posiblemente esto se deba a que en una época de cinismo político y fuertes cuestionamientos hacia el poder (como lo fueron las décadas de los 60s y 70s) recordar la franqueza de Kennedy y el magnetismo social de su idealismo ayudaron a sobrellevar una era de quiebre en la historia de dicha nación. Para los estadounidenses JFK son siglas que representan el coraje y la franqueza de una nación que hoy conoce de otros valores. No creo que Kennedy sea un presidente sobrevalorado, porque en el fondo no importa cuánto tiempo haya perdurado un presidente en el Despacho Oval, lo que importa es cómo perdura en el ideario del pueblo. De allí parte el legado. A pesar que su muerte haya representado el triunfo de lo peor del ser humano sobre la promesa de tiempos mejores. Estoy convencido, a nivel personal y en sintonía con Ted Sorensen (asesor personal del presidente y una de las personas que más lo conoció en la intimidad), que a Kennedy toda la mitología sobre su vida no le hubiese interesado tanto como un juicio justo de su presidencia. Parte de ello es lo que intenté hacer en este trabajo: exponer el Kennedy de los últimos días, ese Kennedy de la presidencia inconclusa. Espero que pueda servir para comprender el final de su mandato, por lo menos como la búsqueda de justicia en el juicio histórico respecto a la presidencia de John Fitzgerald Kennedy.
Tomás Vera Ziccardi
* La totalidad del presente trabajo es obra material e intelectual de Tomás Vera Ziccardi. Los derechos del mismo quedan reservados a TVZC por expreso pedido del autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario